Josefina Alen ha orientado parte de su producción pictórica al trabajo sobre el papel maché. Un material barato, asociado a los primeros ejercicios artísticos escolares, y particularmente apto, por su plasticidad volumétrica y su subalternidad esencial, para ejercitar la irreverencia respecto de los cánones de la pintura. En esta obra, Alen copia una paleta, y con ello, como cada vez que una paleta es objeto de representación en el arte, se abre un círculo hermenéutico, entre la representación y las condiciones de producción que la hicieron posible. La paleta es esa superficie bastarda de la pintura, donde se pinta sin la decisión o el objetivo de pintar. Al mismo tiempo, el lado ciego de cualquier cuadro y la prótesis funcional que toda pintora necesita para que el color exista para su pincel.