“No es una obra-idea, sino que se dio en el devenir, mientras intentaba hacer otra pintura. Luego intenté hacer otras que tuvieran la misma estructura, que fueran por detrás de la tela para generar volúmenes, pero no lo logré. No era una pintura que se pudiera seriar, surgió de un instante fugaz de lucidez en medio de un aparente fracaso”.

“Fue el hacer y la frustración de no llegar a una pintura lo que me llevó a esa solución y a ese gris. Hay muchísimas pinturas ahí abajo. Hay de hecho una referencia muy literaria a Madame Bovary, que, si bien es abstracta, yo la vinculaba a una escena de la novela, de unos carruajes, que se me fue embarrando cada vez más, hasta llegar a ese gris. Es cierto que mucha gente cuando la ve, la asocia a algo hipermasculino. También yo lo puedo ver, no como una idea, pero sí esa protuberancia, esa especie de cuero. Pero hice caso omiso de todo eso y me gustó más el nombre. No le inventaría un personaje”.

“Cuando desapareció toda la información pictórica, sepultada bajo el gris, lo único que yo veía como dibujo, o como motivo en la tela, era el peso propio de la misma, y los pliegues que generaba el peso de esa materia. Colgaba de manera tal que funcionaba casi como volumen. El gesto no tiene nada de especulativo, en el sentido de que fue muy reactivo”.

“Creo que es una obra particularmente eficiente, cosa que no me parece que hayan sido la mayoría de las obras que hice en ese momento. Hubo como un revés de fortuna en esta pintura, que hizo que no solo fuera eficiente, sino que parece que tuviese una especie de grabado, que por lo general mis pinturas no tienen, porque son muy dubitativas”.