“Espuma es una obra del año 2000. La documenté y la desarmé, como hacía con casi todas las obras de esa época… Luego la rearmé en 2011, en el momento en que se integró a la colección. En su primera versión utilicé unos artefactos teatrales que se llamaban Ar 111; eran unas luces que se usaban en escena y que yo alquilaba a un proveedor de iluminación de teatro. Cuando rehíce la obra, tenía que hacerlo con artefactos que pudieran constituir la obra y objetualizarla, de manera que se pudiera trasladar y que sea propia. Por eso usé unos artefactos más pequeños que dan el mismo tipo de luz que los que alquilaba. Al empezar a mostrar estas obras, se solían referir a ellas como pinturas hechas con luz. Pero a mí esto no me convencía… Yo estaba haciendo un giro en la obra, que precisamente tenía que ver con alejarme de la tela para dar lugar al espacio tridimensional y a todo lo que vendría con él. No es lo mismo trabajar con luz que pintar. La luz es otro material. Lo que le pasa al cuerpo del artista es muy diferente; técnica e intelectualmente es otra cosa: son otros materiales, hay electricidad, cables, lámparas, martillos y pinzas. Yo no puedo pensar que el proceso está fuera de la obra, y menos con una obra de estas características que también deja ver su materia a medida que va sucediendo. El tiempo es una variable fundamental que entró en la obra y la lleva hacia otro lugar. De a poco fui entendiendo el lenguaje de estos trabajos, su especificidad”.
“Cuando empecé a hacer estas obras me preguntaban por qué mostraba los artefactos. Escuchaba seguido: ‘¿Por qué no los escondés?’, así la obra tendría más misterio... Pero a mí me parecía que justamente era necesario mostrar el dispositivo que generaba la proyección, exponer cómo estaban hechas las imágenes y no crear una ilusión. Todas estas obras hablan mucho sobre el ver. Los 2000 fue un momento donde empezaba Internet y a tener lugar la virtualidad. Ocultar los artefactos que generaban la imagen hubiera sido un engaño, algo con mucho acento en el efecto”.