“A fines de los 90 había estado leyendo, por un interés personal, muchísimo sobre los nazis y Europa, los campos de concentración, la Shoá, los sobrevivientes. Es un tema que una estudia y se vuelve abismal, porque cada vez una se hunde más y cada vez es más difícil volver a ver el porvenir y la realidad. Además, como dice Adorno, no había forma de hacer algo con eso, salvo leerlo. En 2000 hice una exposición en Espace de l’Art Concret [Francia] que se llamó Hijas indignas del arte concreto y ahí incorporé un párrafo de un libro de testimonios de la insurrección del Ghetto de Varsovia. Ya venía haciendo dibujos a máquina, donde tomaba párrafos de otros textos con manchas de tinta. Entonces hice varios volantes con el párrafo testimonial de Marek Edelman”.

“La directora del espacio, Odile Biec, me propuso que en mi exposición hubiera pinturas, dibujos, objetos, papeles y de todo. Yo me imaginaba una exposición solo de dibujo y ella me dijo ‘todo es lo mismo’. Luego de esa muestra me dieron ganas de pintar directamente retratos. Pero no empecé con los retratos que vi en esos libros, sino que empecé con otros, los retratos de los obreros de Renault”.