“En ese momento estaba trabajando con las dimensiones del cuerpo, usando la extensión de los brazos para hacer pinceladas. Venía de hacer pinturas donde cubría toda la superficie y en un momento empecé a programar las pinturas poniendo en la zona superior pintura de diferentes colores. Te dominaré lentamente tiene gris de Paine, azul de Prusia, un poco de violeta y un poco de blanco abajo, para que se diluya. Con el pincel iba desde arriba hacia abajo, estirando la pintura. En ese proceso había algo que me gustaba, y es que la pintura se hacía sola. Empezaba de un lado y trataba de mantener un ritmo, porque me daba la sensación de que si frenaba, la otra pincelada no iba a ser igual. Iba de izquierda a derecha, todo en una hora. A nivel compositivo el blanco siempre apareció en mi pintura, es como un vacío en la obra, un lugar donde no hay pintura, hay agujero. Pensaba como una impresora que imprime mal siempre en el mismo lugar, se queda sin tinta y sigue abajo. Si bien trato de planear estas pinturas, hay un punto que no puedo controlar, como tantas otras cosas. El resultado de las figuras del cuadrado definía si me gustaba o no la pintura”.