“En Río de Janeiro me habían invitado a participar de una muestra colectiva con un montón de artistas (Marcelo Galindo, Nicanor Aráoz, Marisa Rubio, Martín Legón, etc.) en la galería Gentil Carioca, con curaduría de Florencia Malbrán. Antes de hacerla en Río, habíamos practicado por las calles de San Telmo [Ciudad de Buenos Aires] con Dudú Quintanilha”.
“Me podría haber salido mal, porque era una canchereada de pronto decir ‘yo me corto por mi lado’. Pero me tenía confianza. Había estado también en Mar del Plata [Provincia de Buenos Aires] entrenando, y había empezado hacía un tiempo a estudiar teatro porque tenía ganas de soltarme y de hacer cosas con el cuerpo. La performance es todo el tiempo en relación con mi cuerpo. Era un lugar parecido a Once [Ciudad de Buenos Aires], con una cosa medio trash que le aportaba muchísimo. Incluso los personajes que pasaban por allí eran partícipes. Yo tenía un esquema de cosas que podían suceder, como una palangana con agua, correr en círculos con una cosa paranoica. Lo venía trabajando como coreografía. Obviamente me daba mucho vértigo porque soy un artista visual, no es que me sienta un performer de toda la vida. Físicamente fue uno de mis trabajos más demandantes. Sobre todo porque me podía lastimar. La performance en parte es actuada y en parte es real. En un momento un chico dice: ‘Uy, se golpeó la cabeza’. Y podría haber pasado que se me fuera la mano y que me lastimara”.
“Mi pregunta era un tanto naif: ‘¿Por qué tanto daño, esta desconexión en nuestra historia?’. Historia que puede ser la historia de la Argentina o la de Brasil. Es parte de nuestra historia como latinoamericanos. Era emocionante que gente de la calle que no participaba específicamente del mundo del arte, de la inauguración de Gentil Carioca, sino que sencillamente estaba ahí, se sintiera interpelada. Me quisieron sacar de ese lugar doloroso y, a la vez, supongo que había algo lúdico que finalmente los convocaba también a participar”.